Retrato de la escritora Isabel Allende.

Isabel Allende, a sus 81 años: «Me siento feliz y realizada. No quiero quiero nada, esa es la paz interior».

Publicado abril 04, 2024
Autor Conecta Mayor

Entrevista por María Florencia Polanco para revista Mundo Mayor.

La autora de “La casa de los espíritus” siente que la escritura es lo que la mantiene “de pie”. Aquí reflexiona sobre la vejez, una etapa que disfruta. Asegura que no hay edad para enamorarse y advierte que “hay una tendencia a descartar a los ‘viejos’. Metámoslos en alguna bodega, donde no se vean”.

Han pasado 42 años desde que Isabel Allende Llona publicó “La casa de los espíritus” (1982), novela inspirada en una extensa carta que le escribió a su abuelo moribundo y que la precipitó a la fama cuando vivía autoexiliada en Venezuela. Nicolás y Paula Frías –su hija fallecida en 1992–, eran adolescentes cuando su mamá se embarcó en este experimental proyecto literario, en el que se metieron de cabeza a trabajar con ella.

Es martes en la mañana en Estados Unidos y por la tarde en Chile. La escritora viva más leída en español se levantó de su cama –la que comparte con su marido Roger Crukras y sus perras Dulce y Perla– a las cinco y media de la mañana. Se tomó un café, meditó un rato, se metió a la ducha, se vistió y maquilló. “Me maquillo altiro, como si fuera a salir, aunque no vaya a ninguna parte”, comenta perfectamente arreglada al otro lado de la pantalla, desde su casa en California.

A las diez en punto se sentó en su oficina, en la que exhibe sus libros más recientes, “Mujeres del alma mía”, “Violeta” y “El viento conoce mi nombre”, para conversar sobre la vejez. Isabel Allende tiene, según su certificado de nacimiento, 81 años.

Entre risas, aclara que “todavía no está en la etapa en que se acuerda más del pasado”, pero trae vívidamente al presente el día en que su madre y editora se molestó al leer, en el manuscrito de “La casa de los espíritus”, que el villano se llamaba como el padre de Isabel, quien las abandonó cuando ella y sus hermanos eran niños.

“No sé por qué lo hice. Le dije que lo iba a cambiar. Hoy pones ‘buscar’ en la computadora y se cambia automáticamente todo. En esa época, mis hijos, sentados en la mesa del comedor, iban página por página con una regla buscando el nombre, la Paula lo borraba con un líquido blanco, Nicolás lo soplaba, me lo pasaba y yo lo metía en la máquina de escribir”, relata la mujer que comenzó escribiendo atrevidos artículos desenmascarando el machismo de la época en la Revista Paula, y que hoy suma más de 25 novelas traducidas a 42 idiomas y 77 millones de copias vendidas.

Un éxito que ha sacado ronchas entre sus pares literarios. Roberto Bolaño incluso dijo que no era una escritora, sino una “escribidora”. Algo que a ella no la ofende para nada, pero sí lo considera “mezquino”. “Que sea mujer y venda más que ellos, les carga. Además, es subestimación de los lectores. Pensar que el lector lee porque es ‘mala calidad’, por favor”, declara seria y sin rodeos.

Hace tres décadas que comienza a escribir cada 8 de enero. Una fecha que le permite mantener la disciplina. Para ella, la imagen idealizada del escritor que se sienta a esperar que lo visite una musa que le dicta un bestseller no puede estar más alejado de la realidad. “La inspiración viene con el trabajo”, asegura. A mitad de año publicará el primero de una serie de libros para niños, ilustrados por Sandra Rodríguez, y ya terminó de escribir su próxima novela, ambientada en el Chile de 1891, que llegará a las librerías en 2025.

—¿Ha pensando dejar de escribir?

“A cada rato. Eso le da pánico a mi hijo. Dice que mientras esté ocupada ‘no molesto’ (ríe). En un par de ocasiones pensé en tomarme un año sabático, pero la escritura es como el ejercicio, si dejas de hacerlo se te atrofia el músculo. La escritura me mantiene de pie”.

—¿Su agenda sigue siendo abultada?

“Hay cosas que me dan lata y ahora me atrevo a decir que no. Me cargan las reuniones sociales. Si son más de seis personas, no quiero ir. Antes iba por cumplir. No me atrevía a decir que no. Ahora digo, de frentón, ‘no voy a ir, me da lata’ (ríe). ¿Cómo no lo aprendí antes? Lo aprendí a los 80 años. Tampoco me siento a firmar libros, porque tengo artritis”.

—¿Es necesario llegar a la tercera edad para dejar de darle el gusto a los demás?

“Creo que no. Yo debí haber aprendido esto antes. Cuando uno es joven decir ‘no voy a fiestas’ suena pesado, pero hay maneras de decirlo. A Miguel (Frías) le encantaba el bridge y cuando nos invitaban a jugar teníamos que ir los dos. Odiaba el juego. No solamente era pésima, sino que además me daba dolor de cabeza. Llevaba años en esto y me di cuenta de que nadie haría ese sacrificio por mí. Mi marido jamás haría algo que significa estar cuatro horas en una mesa para complacerme. Se esperaba que yo lo hiciera, pero no al revés. Puse mi carta y dije ‘esta es la última vez que juego cartas en mi vida’”.

—Cuando las personas cumplen 60 años pasan a ser ‘adultos mayores’. ¿Se siente así?

“Me extraña. No me siento de 81. Uno siempre se siente más joven de lo que dice el calendario. Soy capaz de enamorarme como a los 20. No es una teoría, me acaba de pasar (ríe). Soy capaz de trabajar como cuando tenía 50. Pero estoy consciente de que no es mucho lo que me queda por vivir. Todos los días le pregunto a Roger, ‘¿estás feliz?’. Le parecía raro, pero ahora lo entiende. Veo el resto de mi vida como un calendario antiguo. Cada hoja que arrancas, no la vuelves a vivir nunca más”.

Roger Cukras (80), un destacado abogado de Nueva York, iba escuchando radio en el auto cuando la voz de la escritora lo dejó hipnotizado. Comenzó a cortejarla por correo, luego se encontraron y surgió la chispa.

“Fue un pololeo a la antigua. Me mandaba flores a la oficina. Me saludaba todas las mañanas por mensaje de texto. Eso por cinco meses y después, apenas me conoció, me pidió que me casara con él. Tenía anillo y todo”, cuenta Allende, con voz coqueta.

—¿Cómo influye el amor de pareja en la tercera edad?

“Es muy importante, si lo puedes tener. El papá de un amigo, que tiene 98 años y está co- mo ‘tuna’, se fue a una comunidad para gente mayor. Y llegó muy deprimido, pero a la semana llamó al hijo y le dijo que había visto a una señora ‘muy interesante’. Después le contó que le había tomado la mano y luego que se había acostado con ella. Mi amigo me decía que no sabía qué hacer, si su papá lo estaba imaginando o qué, porque la señora estaba en silla de ruedas y había dejado de comer. Pero la señora, cuando se vio atendida por este señor, empezó a comer y ahora están pololeando (ríe). El amor humano es importante a cualquier edad. También son muy importantes las mascotas”.

—Un estereotipo de la vejez es que la sexualidad se acaba.

“El deseo de estar con otra persona no eclipsa, y tampoco el placer de estar piel con piel. Hay muchas maneras de amarse”.

—¿Qué busca en una pareja hoy?

“Cariño, complicidad, compañía, pero sobre todo cariño. El cariño es adelantarse a la necesidad del otro”.

—¿La vejez se sobrelleva por igual en hombres y mujeres?

“Creo que hay una brecha y no debería haberla. Las mujeres se cuidan más que los hombres, tienen más capacidad de relacionarse, más amigas, a cierta edad necesitamos menos cosas. Son clichés, pero lo que veo es que estoy rodeada de viudas que lo pasan regio”.

—¿Alguna vez sintió miedo a envejecer?

“No pensaba en la edad. Estaba embolinada criando hijos, escribiendo, luchando, exilio, divorcio, muertes. Le tengo terror a la dependencia. Pero tengo que superarlo. Todos vamos a terminar dependientes”.

—¿Cómo sobrelleva los cambios físicos?

“Mientras no me molesten, los acepto, los observo. A mí me están fotografiando todo el tiempo, entonces, hay un registro del paso del tiempo. Una cosa que me molesta es que me he achicado y siempre fui muy baja. Voy a terminar en el bolsillo de Roger. Ya le llego al esternón (ríe)”.

—¿Los estándares de belleza afectan la percepción que se tiene de la vejez?

“Sí. Vivimos en una cultura orientada a la belleza, el éxito y la juventud. Todas esas cosas se te van con la edad, pero cuando ya estás aquí hay otra percepción de la belleza. Ayer estuve con una amiga que está muy arrugada, pero que es realmente preciosa”.

—¿Es una mujer segura de sí misma?

“Sí, pero lo he adquirido con mucha lucha, en muchos años. Pero primero me considero feliz, porque no quiero nada más que lo que tengo, que ya me parece demasiado. Tengo amor, salud, a mi hijo, a Roger, a mi nuera, Lori, que ha sido mi segunda Paula. Tengo trabajo, un propósito. No puedo pedir más”.

—¿Es cierto que con los años uno se va poniendo sabio o es un cliché?

“Es un cliché. Te vas poniendo más de lo que ya eres. Si eres una estúpida, ¿por qué te vas a poner sabia? Si eres una persona mezquina, ¿por qué te vas a poner generosa?”.

—¿Cómo es la relación con sus nietos?

“Es una relación que fue íntima y diaria cuando estaban creciendo. Después se fueron al college, a otros estados, como pasa en Estados Unidos, y los veo poquísimo. Me comunico con ellos por texto y por teléfono. Con Andrea, que vive en Oakland, almorzamos”.

—¿Qué siente con ese cambio?

“Me da pena, porque siento que los he perdido. Pero no creas que estoy amarrada a mi papel de abuela, que los echo de menos y que sufro. Nada de eso. Entiendo que tienen su vida y yo la mía. Yo tengo una vida llenísima. No es que los quiera menos, pero no los necesito para nada. A mí me marcó mi relación con mi abuelo y yo quisiera ser ese tipo de abuela para mis nietos. Haber influido en su vida, haberles contado cuentos desde que nacieron, haber estado con ellos, pero si no sucede, ya no depende de mí”.

—El desarrollo y la globalización han cambiado las formas de relacionarse entre las generaciones. ¿Cómo lo ve?

“Es triste. No solo en el plano de la familia, sino de la sociedad. Hay una tendencia a descartar a los ‘viejos’. En lo posible, metámoslos en alguna bodega donde no se vean. Las casas están hechas para que viva una familia nuclear. No hay espacio para cuidar a la abuelita. Normalmente, llega el momento de ocuparse de los padres cuando uno se está ocupando de los hijos. Para las mujeres esto es una tremenda tensión, porque son ellas las que cuidan. Pero en una familia y en una sociedad debe haber espacio para que esos abuelos, en vez de ser considerados inútiles, ayuden, por ejemplo, a cuidar a sus nietos”.

Los capítulos más tristes de la vida de Isabel Allende son conocidos. Los ha narrado en varios de sus libros. El más íntimo y desgarrador es “Paula”, donde relata la agonía de su hija, quien murió en 1992 a causa de porfiria, una enfermedad muy poco común.

—Dicen que perder un hijo es de los dolores más grandes, que nunca se supera. ¿Hoy día cómo cuida su salud mental?

“Con el trabajo y el desprendimiento de todo exceso, de todo lo que te sobra, de los sentimientos que te pesan, de los rencores, de los re- cuerdos pesados. Hoy me siento feliz y realizada. No quiero nada, esa es la paz interior”.

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